Sabias que...

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Más que la Tierra, ningún otro planeta en el Sistema Solar posee una compañía tan importante como la de la Luna. ¿Alguna vez te has preguntado qué pasaría si no existiera la Luna? Pues es una pregunta muy frecuente. Para contestar ésta y todas tus preguntas sobre la cuestión, te invito a conocer algunos de los aspectos más interesantes sobre la importancia que tiene la Luna para con la Tierra y qué dice el experto Bernard Froig, científico de la Agencia Espacial Europea (ESA), sobre cómo serían las cosas si no tuviéramos Luna.

El análisis de Bernard Froig

Bernard Froig es un científico francés, miembro de la ESA y cabecilla de la misión de investigación lunar conocida como SMART-1, la primera misión lunar europea. Froig, luego de sus investigaciones, ha publicado algunos de los resultados de sus análisis sobre los distintos efectos que tiene la Luna sobre el planeta Tierra, explorando también qué sucedería ante la ausencia de la misma.
 
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Un estudio noruego dado a conocer el año pasado en la revista BMC Public Health analizó la diferencia en la incidencia de cáncer entre las personas casadas, las divorciadas, las que han enviudado y las solteras. Los resultados mostraron que los hombres que nunca se casan tienen un riesgo hasta un 20% mayor de fallecer a manos del cáncer que los que contraen matrimonio en algún momento de su vida. En las mujeres, sin embargo, la diferencia es de solo un 5% entre solteras y desposadas, con menos riesgo también para estas últimas. Los resultados son independientes del órgano donde se localiza el tumor, de la edad o del nivel educativo, así como de la fase en que se encuentra el cáncer cuando se diagnostica.

"Las diferencias que hemos encontrado podrían deberse a que las personas casadas o que viven en pareja gozan de una mejor salud general en el momento en que son diagnosticadas de cáncer, así como a que siguen más "al pie de la letra" el tratamiento que los solteros", sugiere Astri Suse, coautor del estudio.
 
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Hace más de cincuenta años, el soldado japonés Shoichi Yokoi fue encontrado en las selvas de Guam, después de sobrevivir durante tres décadas tras el término de la Segunda Guerra Mundial. Japón lo recibió con los brazos abiertos, pero él nunca volvió a sentirse cómodo en la sociedad moderna.
Pero, incluso cuando fue descubierto por cazadores del lugar en la isla del Pacífico, el 24 de enero de 1972, el ex soldado, de 57 años, aún estaba convencido de que su vida corría peligro.
"Lo invadió el pánico", recuerda su sobrino, Omi Hatashin.
Intimidado por la vista de otros seres humanos después de tantos años de soledad, Yokoi trató de echarle mano a uno de los rifles de los cazadores.
Sin embargo, debilitado por largos años con una pobre alimentación, Yokoi fue fácilmente reducido por los hombres.
"Temía que lo hicieran prisionero, lo que era la gran vergüenza para un soldado japonés y su familia en Japón," dice Hatashin.
Mientras se lo llevaban a través de la alta vegetación de la selva, Yokoi iba gritando que lo mataran ahí mismo.
Utilizando las propias memorias de Yokoi, publicadas en japonés dos años después de que lo descubrieran, así como el testimonio de quienes lo encontraron ese día, Hatashin pasó años reconstruyendo las dramática historia de su tío.
Su libro, La vida y la guerra de Yokoi en Guam, 1944-1972, fue publicado en inglés en 2009.
Refugio subterráneo
La larga pesadilla de Yokoi había comenzado en julio de 1944, cuando las fuerzas armadas estadounidenses tomaron Guam como parte de su ofensiva contra los japoneses en el Pacífico.
Los combates fueron intensos, con un alto número de víctimas en ambos lados.
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Una de las trampas que Yokoi utilizaba para cazar anguilas.
Una vez que se interrumpió la línea de mando japonesa, Yokoi, y otros de su pelotón, quedaron librados a su propia iniciativa.
"Desde el comienzo, tomaron medidas extremas para que no los detectaran, hasta borraban sus huellas mientras se desplazaban por la maleza," afirma Hatashin.
En los primeros años, los soldados japoneses, pronto reducidos a unos seis o siete, capturaban y mataban ganado para alimentarse.
Por temor a que los detectaran las patrullas estadounidenses, al principio, y, después, los cazadores del lugar, poco a poco se fueron retirando hacia la profundidas de la selva.
Comían sapos venenosos, anguilas de río y ratas.

Yokoi fabricó una trampa con juncos para cazar anguilas. También se cavó un refugio subterráneo, sostenido por fuertes cañas de bambú.
"Era un hombre de muchos recursos," dice Hatashin.
El hecho de mantenerse ocupado le ayudaba también a no pensar demasiado en su situación desmedrada o en su familia en Japón."
Regreso a Guam
Las memorias de Yokoi en lo que se refiere a su tiempo escondido revelan su desesperación y su empeño por no perder la esperanza, especialmente en los últimos ocho años, cuando se había quedado totalmente solo.

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Yokoi demuestra el uso del telar que se construyó en la selva.
Sus últimos dos compañeros de aventura no habían conseguido sobrevivir a las inundaciones de 1964.
En algún momento, al pensar en su anciana madre en Japón, escribe: "No tenía sentido causarme tanto dolor pensando en esas cosas."
Y, a propósito de otra ocasión, cuando se encontraba desesperadamente enfermo en la jungla, dice:"No! No puedo morir aquí! No puedo dejarle mi cadáver al enemigo. Debo morir en el agujero que me he cavado.
"Hasta ahora he logrado sobrevivir, pero todo se vuelve nada ahora."
Dos semanas después de su rescate en la selva, Yokoi volvió a casa, a una recepción de héroe.
La prensa lo asediaba, lo entrevistaron en radio y televisión y era invitado regularmente a hablar en universidades y escuelas de todo el país.
Hatashin, que tenía seis años cuando Yokoi se casó con su tía, dice que el ex soldado nunca pudo acostumbrarse a la vida moderna de Japón.
El enorme progreso económico de su país, tras la guerra, no le causaba ninguna impresión y, una vez, al ver un billete de 10.000 yenes, dijo que la moneda había perdido todo su valor.
Según Hatashin, su tío entró en un proceso progresivo de nostalgia a medida que envejecía y, antes de su muerte, en 1997, regresó a Guam en varias oportunidades con su esposa.
Algunas de sus principales posesiones de aquellos años en la selva, incluyendo sus trampas para anguilas, todavía se hallan en exposición en un pequeño museo de la isla.
 
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Muchos siguen mostrándose escépticos a la hora de conocer a gente por Internet. El cara a cara tradicional les da más confianza que el amor online. Sin embargo, un estudio de la Universidad de Chicago ha concluido que los matrimonios que comienzan con citas online son más duraderos y felices y tienen menos probabilidades de acabar en divorcio que aquellos que se iniciaron de la forma tradicional.

Según el estudio realizado por la Universidad de Chicago y publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), las personas que se conocieron a través de la red tuvieron menos rupturas y una mayor satisfacción. Sin embargo, los matrimonios que acabaron peor fueron los que comenzaron con citas en bares o en citas a ciega.

El estudio ha tenido en cuenta las respuestas de más de 19.000 parejas que se habían conocido en una gran variedad de lugares, el 45 por ciento de ellas en plataformas de citas online.
Por si fuera poco el éxito de este tipo de matrimonios, según los investigadores, lo que llama la atención es que un tercio de las parejas que se conocieron en Chicago entre 2005 y 2012 lo hicieron a través de estas citas virtuales. Se demuestra así que la gente tiene cada vez más confianza en encontrar a su media naranja en la red.
Según John T. Cacioppo, profesor de Psicología de la Universidad de Chicago y principal investigador de este estudio, el éxito de estas citas tiene que ver con que las personas que buscan pareja por Internet tienen posibilidades de ser más selectivas y conseguir una pareja compatible.
 
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¿Qué sentido tiene considerar algo tabú cuando todo el mundo rompe con su prohibición? Es el caso de la pornografía, que constituye una poderosa y multimillonaria industria gracias al consumo de millones de usuarios en el mundo entero que dedican dos o tres noches a la semana a saciar sus impulsos sexuales con ojos rojos y manos temblorosas frente a los monitores de sus PCs.

Hablar en tercera persona del plural me está sonando un tanto hipócrita, así que cambiaré el verbo a primera del plural. De hecho, tampoco tú seas hipócrita, colega de ratos pornógrafos, pues un reciente estudio realizado por la Universidad de Montreal que quería diferenciar los hábitos de los consumidores de porno con los no-consumidores, se topó con la cruda realidad de que TODOS, absolutamente todos, el porcentaje total, la masa gigantesca de homo sapiens sapiens masculinos del mundo entero, consumimos pornografía.

“Comenzamos nuestra investigación buscando hombres en sus veinte años que nunca hayan consumido pornografía -narra el porfesor Simon Louis Lajeunesse, director del estudio-, pero no pudimos encontrar ninguno”. La búsqueda quedó trunca al comprobar esta realidad (no tan reveladora, en cierto modo, pues al final de cuentas, ¿conoces a algún amigo que no consuma pornografía?).



Ante esta barrera, Lajeunesse trató de re-dirigir el estudio hacia los comportamientos de los pornógrafos, en definitiva la única clase de hombres que habemos.

Así, se observó que aquellos que están solteros dedican unos cuarenta minutos tres veces por semana a echarle una ojeada a Bangbros, Naughty America o algún otro sitio, mientras que los que están en relaciones de pareja, reducen la frecuencia a 20 minutos 1.7 veces por semana.

Además, el 90% del consumo proviene del porno digital, mientras que el restante 10% lo hace de videos en DVD o VHS y revistas pornográficas.

Uno se siente protegido de formar parte de una comunidad, más allá de que algunos de sus integrantes sean adolescentes frenéticos y frágiles, habitués de la masturbación ilimitada.
 

Del blog

¿Ha terminado la locura de añadir tantas cámaras a los móviles?

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